Durante mucho tiempo la he cerrado por dentro. Y creí que era algo que perduraría; que como los geranios en los tiestos, florecen sin importarles en qué balcón lucirán blancos, rojos, rosas;
Hoy duermo sin ti. Y no pasará mucho tiempo hasta que vuelvas: Tu sonrisa de niña, tu tez angulosa, tus manos pequeñas; las negras luminarias de tus ojos que me miran. Y yo, incrédulo, muero por tu abrazo, tu respiración que me susurra paz, tu piel…
Aún hoy, ahora, me siento como el bastardo reconocido, Conde de Montecristo retornado… Como la ciudad de Cíbola que nunca fue hallada, me siento dorado cuando dices mi nombre.
Por eso, llego a tu puerta. No importa que llueva. Hay un hueco para el refugio y la esperanza. Un desierto entero sólo para oír tu voz: Blanca estela en la noche para seguirte como el cometa de la buena noticia, mi buena estrella, mi regalo.