Te hablo. Mis palabras acarician tu rostro. Cargadas de recuerdos, emociones; de llantos, malas noches, te llamo por tu nombre. Pero tus labios no me contestan.
Y tomo tu mano y quiero que me acaricies. Aráñame, aprieta mi mano en tu pecho. Navégame a tu valle. Hazme un hombre de nuevo.
Y no hay playa donde varar. El gris oscuro del granito es el color de los dientes de los rompientes donde mi corazón se hace añicos. Mis venas, como sargazos, ondulan y se peinan en la mar de la tristeza, al son del lamento.
Y es el alimento del recuerdo de todos los días que pasaron y apenas fueron. Todas las palabras que me dijiste y no escuché por estar viendo la tele: Ahora intento recordar cada crujido de tus pasos en la tarima, cada palabra insignificante que me toque los oídos; como un telegrama, recuerdo tantas veces que me dijiste que me querías: Pero no suenan. Son sólo abrazos al agua, aire entre mis manos.
Y es mi elegía un acto de rabia, una esquina donde esconderme, unas ganas de morirme contigo. Una putada. Esta puta vida que me arrebata tus caderas, tu sonrisa, tu amor entero.
Me queda toda una vida, cada día que no estés, para saborear la luz de tus ojos, el recuerdo de tus gritos que me parecen, ahora canciones; tus reproches, que son pura verdad cuando no puedo hablarlos contigo: Hoy me parece que siempre tenías razón. Y quiero dártela: ¡Vuelve mi amor! Nada vale nada sin ti. Sin tu compañía: La que me hizo ver que era feliz cuando iba a tu encuentro, reventaba cuando te veía, resucitaba, cuando me amabas.
¡Ay muerte, que te llevaste su dolor y sembraste el mío! Dile que hoy no puedo vivir sin ella. Dale el recado, no te demores.
La luna en la negra noche, será el balcón para nuestro encuentro. Tú, en lo desconocido: Yo, esperando a verla.