Es lo primero que hace Jesús: Buscarse un grupo de amigos para compartir con ellos el proyecto de su padre. Nosotros, como buenos hijos de nuestro padre, también la buscamos. Pero, por más que la buscamos, no parece que sea el lugar donde se dé el Reino sino, más bien, la demostración gráfica de que no es posible la fraternidad. Luchas intestinas, problemas personales, taras infantiles, defectos, virtudes, silencios. Todos ayudan a ésta institución a ser lo que nos libra de pasar por el purgatorio.

Pero, ¿No es en comunidad donde hay que buscar el reino, donde se genera la vida y el contraste personal para depurar y derribar  nuestras fronteras mentales y nuestras lagunas de fe? Entonces, ¿Cómo es posible que después de pasar por la comunidad, cualquiera que sea, no quede ni rastro de nuestro ansia por buscar el Reino y nos dediquemos a otros amores?

¿Cómo es posible que nuestro rasero baje tanto que no se nos distinga del que nunca quiso saber nada de Dios?

¿No será la comunidad otra cosa?

Quizá sea el lugar donde se encuentre la gente que camina: Para conversar, compartir, vivir y tomar como punto de partida de otros encuentros, con otros buscadores que no harán de la comunidad un búnker ideológico y vital, sino otro cruce de caminos.