Businessman sitting at office desk signing a contract with shallow focus on signature.

Es una palabra que no se utilizaba habitualmente. Pero, ahora, es algo muy actual. Te la encuentras en las hipotecas, sacramento muy extendido y fuente de gozo inefable, que une a personas hasta que la muerte o el desahucio los separe. Así, subrogamos la hipoteca para que parezca que hemos conseguido un tiempo muerto. Jajaja. ¡Que te lo has creído tú! También está la subrogación en cuanto a la relación laboral entre empresa y trabajador. ¡Oh, sorpresa! Suele ser más ventajosa para la primera que para el segundo.

Pero, de lo que leo, lo que más me sorprende es que alguien puede ser padre o madre, subrogando su paternidad/ maternidad. Reconozco que me resulta complejo concebir cómo algo que compete a dos personas se traslada a una tercera persona que, por una estipulada relación pecuniaria, pasa nueve meses portando un ser humano que será expedido en el preciso momento de su expulsión. Es práctico para aquellos que no pueden, físicamente, quedar encinta. Pero, hacerlo por estar ocupado en otras cosas, es signo de la aberración en la que hemos instalado nuestra existencia.

Argumentos como “no perder la figura”, “el trabajo me impide dedicar el tiempo necesario” y lindezas como esas son parte del argumentario, de la colección de barbaridades que intentan validar tan vacua práctica. Creo que toda la liturgia que rodea la concepción, el embarazo, es fundamental para establecer un vínculo con la criatura. Pero, como en el chiste, “yo nací cuando mi madre no estaba en casa” se hace realidad.

Así, el feroz vaciamiento de contenido de las palabras Maternidad, Amor, Familia, Hijo, se consuma; y se consume como si de un paquete de pipas se tratara.

Sírvanse leer, para mayor comprensión del término, las siguientes acepciones.

• Sustituir o poner a alguien o algo en lugar de otra persona o cosa.
• Sustituir en una obligación o derecho a la persona que los poseía.