Depende de cómo te cuenten la película, así te parecerá. Si te venden la moto, tú la vendes igual añadiendo tus propios gags; pero, si te contaran el final y no fuera lo que esperas, ¿lo elegirías?
Vamos allá: La cosa sería algo así como un anuncio a doble página, tirada analógica o digital, en la que referiríamos lo que buscamos:

“Busco mujer. Que, cuando nos encontremos, haya Flow y nos pongamos como motos mientras escuchamos reguetón. Salgamos unas cuantas veces, no hablemos demasiado y yo pueda desplegar todas mis dotes de seducción (músculos, pelados de moda, moto o coche con tubarro y baile sensual, con tumbao). Ante tales argumentos, ella abrirá su corazón, pues no podrá negarse a tal conjunto de bondades encarnadas en un Homo Sapiens (el segundo sapiens me lo ahorro, por razones obvias).

Tras un noviazgo en los que los silencios abunden y los encuentros sexuales, para reforzar la relación, sean frecuentes, sabremos que es la pareja con la que queremos compartir la vida. Habrá muchos temas en los que la divergencia será lo habitual: Pero el amor lo supera todo.

Nos casaremos. Tendremos un hijo no previsto. Y luego otro, para solventar los problemillas de convivencia que ser irán generando. Así, tendremos problemillas de convivencia y dos hijos: Los primeros tendrían solución sin los segundos, pero, los segundos, son para siempre. Llegará un punto en el que los regalos, las peticiones de perdón por errores de ayer, antes de ayer, antes de antes de ayer, serán el pan nuestro de cada día. Ella se preguntará si verdaderamente es lo que la hace feliz. El no podrá soportar la idea de ser sustituido, y las tensiones se dispararán. Los niños, banda sonora de merengue reguetonero, vivirán las tensiones y las desayunarán, comerán, merendarán y cenarán comprendiendo que el amor es tensión, gritos y perreo.

Así, la vida será un valle de lágrimas; pues elegimos como si no tuviéramos opción.

¿Tenemos opción?

(cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. O no)