Como en una secuencia de Storyboard, hoy he sido testigo de tres hechos: Una señora observaba como su perra meaba en medio de la calle. Acto seguido, vi cómo un padre situaba a su hijo entre dos contenedores de reciclaje, le bajaba los pantalones y certificaba la micción de su heredero. Y, en tercera posición y no por ello menos interesante, un niño pasaba corriendo en una bicicleta sin pedales, para ir pillando el arte al equilibrio; su madre, empujando un carrito con okupa incluido, le gritaba que no cruzara la calle. Se veía aumentar la energía potencial en su mano derecha, abierta y dispuesta para calzar una soberana hostia al niño tras pendular movimiento y máxima energía cinética.

¡Qué increíble es la vida! Lamentamos lo evitable y castigamos lo que permitimos. Según quien mea, lo percibimos de un modo distinto. Según quien está en peligro, nos comportamos de otra guisa. Y hoy, el día en que el niño del pozo ha salido y ha desatado los truenos del lamento, el silencio de la desesperación, se abre el infierno de lo que pudo ser: Y no será.

Si no quieres lamentar pérdidas, no te guardes ningún abrazo, no se te pudran los besos entre la frontera del corazón y los labios. Ojalá juguemos con los niños como si no hubiera un mañana y los parques infantiles estén llenos de progenitores e hijos y no sólo de hijos observados por abuelos.

Que los dolores sean porque el suelo está menos duro cuando te revuelcas con tu hijo. Y que no haya ningún olvidado. Hoy es un buen momento para recordar a todos los que no están.

Los que esperan el rescate de su cuerpo pues aún viven en la memoria de sus hijos, mujeres y nietos. Quienes fueron ninguneados por la razón de estado: La misma que ha hecho que un niño sea recuperado del vientre de la montaña.

Todos merecen un rescate: Un llanto inocente, como la de un niño, sembrado en la tierra, para ser esperanza de todos: Reconciliando.