Emborrachado de luz, contemplé el crepúsculo; no sentía tristeza: La certeza de los atardeceres venideros inundaban mis venas, daban alas al corazón.

Embobado, contemplo la luna llena. De nuevo, la esperanza de su venida en todo su esplendor tras lunar mes, me hizo feliz. Preparó mi alma para un nuevo y plenamente selenita encuentro.

Y así tantos hechos que, cíclicos, tenemos la certeza de que volverán: Como las oscuras golondrinas. Con histriónica pasión, volveré a describirlas porque sé que es algo que me habla de que hay mucho más que yo.

Y yo soy mucho más de lo que suelo vivir. Vivo al treinta por ciento, procrastinando el trabajo, los besos a mis hijos, el trabajo que debería tener preparado, vivir conforme a mis convicciones a cada latido de mi corazón.

Y es que creo que mis certidumbres, pilares donde se asientan mis verdades inmutables, las fuentes de la alegría, son sólo para un rato. Para cuando necesito demostrarme algo; o a alguien. Cuando la vida me da un revés; o a otro, recordándome que ponga mi barba a remojar cuando otro se la afeite. El resto del tiempo, el devenir, gobierna mi vida.

La rutina se hace dueña de los mandos, me arranco los ojos cada noche para no ver los cuerpos celestes, a base de ver programas de televisión. Me dejo arrastrar por el consumo por él mismo: Sin más razón. Y es una vida mediocre que se entierra en la misma medianía que el resto del mundo.

Y sé que en cada uno de nosotros no habita un mediocre. Vive un individuo capaz de ayudar sin pedir nada a cambio, que sabe tratar a cada uno de sus iguales como quisiera ser tratado. Así, la utopía, la certeza de que es posible, se hace más cercana. Y será la excepción la rutina: Pues igual de milagroso que poder ver, no dejo de sentirlo como un divino regalo, la vida de cada hombre será definitivamente la mejor cuando amemos al otro como a nosotros mismos. Convencido de ello