Naces, creces, te reproduces, mueres; se acabó el guion. Con ese argumento podríamos englobar al 98% de los vivientes del planeta. Pero, desde el principio de la existencia, hay un impulso a trascender: Ser recordado más allá del final, en la luminosa memoria de algunos o de muchos. Allí donde sigues existiendo cuando ya no estás…
Y miras los servicios de los institutos, de los bares; pintadas, dibujos, poemas soeces firmados con la dificultad que impone el alcohol. Podrían ser también las pinturas rupestres el intento de seguir vivo sobre las piedras eternas tras la última cacería. Grafiteros generando arte o patadas en la boca con pinturas que desafían la proporción aurea, reputados pintores que, adulados por los galeristas, ponderan su innovadora visión de la posmodernidad…
Permanecer. Aún a costa de la propia vida. Escuché una vez que un chico se metió kilo y medio de habas con jamón y una botella de anís. No lo superó. Pero se jactaba de la barbaridad que acababa de hacer: No sabía que había firmado su sentencia de muerte. Pero aún permanece en mi memoria. Y no sé su nombre.
Creo que cada acción de cada individuo ha de ser guiada por la máxima de la igualdad: Trata al otro igual que quieres ser tratado tú. De ese modo el ladrón no robaría, pues no quiere ser robado; respetaríamos a los otros pues es nuestro más profundo deseo ser respetado.
¿Qué puedo decir? Es tan sencillo como aplicar la misericordia que queremos para nosotros a todos los que nos rodean. Sin juicios previos, sin argumentos falaces, con palabras ceñidas de verdad…
Confío que, lo que recuerden de nosotros cuando no estemos, valga la pena ser recordado pues fue faro en la tormenta, abrazo en la tristeza, espejo de la bondad y la honradez.