Como las setas después de llover: Han aparecido y nos han invadido. Das una patada y hay cuatro. Las casas de apuestas deportivas están por todas partes. Disfrazadas de lúdicas propuestas de ocio, se esconde uno de los negocios más antiguos del planeta: Intentar desentrañar el futuro con probabilidades.

Pero no es el juego lo que más me sorprende. Es la estética: Cuando uno entra, es como si fuera algo futurista: Luces atractivas e innovadoras en un fondo negro, siempre clásico, susurrando antigüedad y modernidad a partes iguales. Y luego están los retratos de deportistas: Musculosos y sudorosos a la par que atractivos y sugerentes. Cuando uno apuesta, está practicando ese deporte que hace que tu cuerpo luzca, luzcaaaaaaaaa…. casi casi como el que está retratado. Púgiles agresivos, jockeys pequeños y livianos, jugadores de fútbol, todo un clásico, con la mano alzada, agresivo el puño, tras haber alcanzado la gloria de no se qué… Y yo, agarrado a la jarra de cerveza espumosa, que suda maravillosas gotas debidas a la condensación de tan frío néctar en contacto con el vidrio, me siento parte de la alineación: Y lucho los partidos desde la barra.

¿Qué puedo decir? ¿Apuestas? Si. ¿Deportivas? No sé.

Y es un producto que ya se ha exportado a diversas actividades lúdico- festivas en las que amamos participar. Debo decir que me da la misma sensación cuando me proponen un viaje de peregrinación a cualquier virginal santuario, pleno de milagros y de merchandaisin. Ahí los tenemos, con autobús, pensión completa y rosario de recuerdo, bendecido por el prior, e indulgencia plenaria. Vuelvo a lo mismo: No tienen nada que ver con lo que cada uno de nosotros hemos de vivir para ser felices. No hay conexión con un Evangelio que habla de alegría. Es otro negocio más que lucra a mucha gente, entretiene a muchos más y que, por no ser cuestionada, es un sustituto de las acciones que, día a día, han de hacernos cercanos unos a otros y bendición para el pueblo. Nos alejan de nuestra realidad para disfrutar de la compañía de gente que vemos en la parroquia pero de la que no sabemos nada. (creo que ese contacto es lo mejor que tienen).

El ser humano tiene la capacidad de hacerse adicto a todo aquello que, decide, que es bueno para él. Aunque objetivamente sepa que es una falacia.

Por ello, no llamemos al flan de huevo “tembladera de huevo al golpe de calor en su espejo de caramelo”, como dijo el ínclito monologuista. Que no se maree la perdiz. Un local de apuestas es un sumidero de dinero, sin fondo. Y una peregrinación es turismo.