Desde que tengo conciencia han existido los que saben qué hay que hacer, cómo hay que vivir y los que, por la razón que sea, han tenido a bien poner su existencia en manos de los primeros.

Es un tema muy interesante porque, para ser director espiritual, no hace falta tener dotes excepcionales ni un carisma arrollador: Sólo hace falta experiencia que, como todos sabemos, es un grado. Y, para los aspectos espinosos, liminales de la vida, se agradece que alguien que haya transitado caminos desconocidos, nos ayuden y alienten. Con ello nos van proveyendo de herramientas para que nuestra vida no sea otra más.

Pero hay algo que no me cuadra por más que lo intento. De la misma manera que cuando vas al médico siempre hay alguien que ha tenido la misma dolencia que describes, o te cuenta que la padeció un primo segundo o la vecina del cuarto, desde luego mucho más fuerte, siempre puedes encontrar en el lugar adecuado a aquella persona que tiene la piedra filosofal por la cual transmutará tu angustia en plena felicidad o tus dudas en certezas como puños.

A priori la fórmula es fantástica porque te ayuda a superar problemas puntuales y sientes que hay alguien tras de ti dispuesto a echar una mano en toda ocasión. Pero, creo que no incurro en pecado si lo digo, yo debo vivir de una forma autónoma, por mí mismo.
Cuando mi niña empezó a ponerse de pie, su madre y yo estuvimos a su lado para que fuera ganando confianza en sus extremidades inferiores. Lo lamentable sería que aún necesitara nuestra ayuda para caminar.

Al escuchar cómo alguien dice a otro cómo tiene que solucionar tal o cual problema y, tiempo después, le está aconsejando cómo hacer la tortilla de patatas, orientando sobre la vocación de sus hijos o de qué modo correcto hay que ponerse la mantilla, elemento imprescindible en la fe popular, para tal o cual servicio religioso siento que alguien ha puesto su confianza en la persona equivocada.

Pero mola ayudar. Ser quien tiene razón. Sentir que dominas. Yo controlooooooo.

Como dice el chascarrillo, “Qué bueno es éste balneario. Yo vengo todos los años”. Cuando alguien necesita permanentemente de la asesoría de otra persona, es dependiente de la segunda. Es una relación viciada en la que ninguna de las dos partes crece.

Por todo lo anteriormente descrito, si en algún momento vinculé alguien a mi persona para mi autosatisfacción, le pido perdón. Nunca quise ser un aconsejador, un brujo, un director. Creo que vivir propias culpas y alegrías aprendiendo de ellas y evolucionando, con ayudas siempre contadas y gratuitas, es suficiente.

Lamento si, en algún momento de la historia, la dirección espiritual fue la manera más eficaz de uniformar el pensamiento y así no tener gente díscola y rebelde.

Confío en que la intemperie queme mi piel, ahonde mis arrugas: Que no siga creyendo que al sol se mira a través de una sombrilla.