Una de las herramientas que suelo utilizar para comprender la naturaleza humana es la especialización. Me resulta fascinante cómo el hombre, a lo largo de su evolución, ha ido tomando decisiones que le han hecho adaptarse de un modo más eficaz al medio en el que desarrollaba su vida. De esta forma, dependiendo de las necesidades a las que tenía que hacer frente, iba aplicando sus conocimientos, obtenidos a través del empirismo y la posterior reflexión; Ya sea en la utilización de los recursos naturales, de los animales del ecosistema circundante, o de la orografía, el ser humano ha sido capaz de optimizar sus esfuerzos para alcanzar sus objetivos.

Maravilloso. Creativo.

En una vuelta de tuerca prodigiosa, esta tendencia se agudiza dependiendo de las actividades que desarrollara. Hay ejemplos muy interesantes. Podías ser un barbero que, además de atusar capilares masas, sacaba dientes o curaba heridas dependiendo del cliente. De tan rudimentario laborante partimos hasta llegar a los neurocirujanos, reumatólogos, internistas y demás familia sanitaria. La especialización fue afinándose de tal manera que grandes mentes se ocuparon de una parte del organismo alcanzando altas cotas de control sobre los procesos. Pero se fueron alejando del conocimiento general por cuanto que no podían abarcar tanto.

Es el riesgo de la especialización. Te conviertes en un eminente proctólogo que no tiene ni idea de lo que ocurre en el cuerpo calloso. No es que sea malo: Es que te hace perder la perspectiva…

Tanto rollo para qué. Todo viene a cuento de quienes, a partir de un conocimiento, una experiencia, deciden dedicar, específicamente, su vida a un aspecto concreto: Al cien por cien. En su afán por darlo todo, consagran su existencia a un objetivo mucho más alto porque entienden que es la mejor manera de servir al propósito fijado. Y tengo algo que objetar a la consagración como especialización en la rama trascendente del conocimiento de la especie humana:

Prescindir del conocimiento global para profundizar en específicas disciplinas, hace inconscientes. Todo es matizable y los absolutos no existen. Pero no aguanto la respiración para caminar, ni dejo de soñar cuando despierto. Todo se vive a la vez. Y, si cuando trabajo en mi parcela abandono la percepción de unidad que comunica la interacción de todos los seres humanos, nos hacemos sectarios, incapaces, torpes e intolerantes.

La mirada que hace ver todo a la vez y comprender la misión específica dentro de la globalidad de la vida es la que ha de permanecer: Es el crisol del amor primero.